Comentario
Uno de los capítulos más difíciles de restablecer es el de la escultura de los Países Bajos. La dispersión de sus artistas por Europa, la exportación de obras, la destrucción de muchas otras y la falta de una documentación adecuada, dificultan el establecimiento de líneas maestras de evolución.Sabemos que de aquí salieron Jean de Marville y Claus Sluter, los grandes escultores activos en Borgoña. El origen de Jean de Lieja es el mismo, así como el de Jacques Baerze. ¿De dónde vienen Nicolás de Leyden, aunque trabaje en Estrasburgo o Gil de Silóe, aunque lo haga en Burgos? Pero compulsado esto con lo conservado se observa que es difícil distinguir escultores de la misma espléndida calidad en el país. Parece como si casi todos los más importantes, al revés que los pintores hubieran de emigrar para trabajar mejor.No obstante aún quedan piezas sueltas, incluso algunas documentadas que indican el nivel alcanzado. Así, podemos asegurar que existió una escuela interesante en Tournai y de ella queda una Anunciación en la iglesia de Magdalena. La documentación habla de un pago en 1428 al escultor Jehan Delemer, como tallista y maestro de imágenes, y a Robert Campin, el famoso pintor por haberlas policromado. Son dos esculturas espléndidas en las que sólo cabe lamentar ciertos excesos en su restauración.Más tardíamente, en Utrecht se documenta un Adrián van Wesel entre 1447 y 1490. Una magnífica Natividad de su retablo de la cofradía de Nuestra Señora en S' Hertogenbosch se guarda en el museo de Amsterdam. Mientras en el primer caso estamos ante obra en piedra, en éste es la madera el material. Fue, sin duda, el principal y más utilizado, tanto en obras mayores, como en otras más industrializadas.Pero existieron asimismo grupos de fundidores capaces de realizar empresas muy complejas. Así fue la que con ideas políticas y de exaltación de linajes emprendió María de Borgoña en 1476. Un gran sepulcro para su madre Isabel de Borbón en bronce fundido, con el gran yacente y luego un abundante número de pequeñas estatuas del mismo metal con los ancestros más destacados, procedentes de diversas familias. Se hizo para la abadía de San Miguel en Amberes y hoy está en la catedral de esta misma ciudad y en algunos museos. Se supone que el proyecto viene de Jacques de Gérines, pero su muerte en 1463 lo hace improbable, pasando la idea a Renier van Thienen.Con todo, lo que hizo la fama de los talleres de escultura flamenca fueron los pequeños retablos de madera, que se fabricaron, vendieron y exportaron de modo similar a los alabastros ingleses. Bruselas y Amberes, también Malinas, fueron las ciudades donde se organizaron los principales talleres. Animados de un espíritu artesanal y gremial, crearon marcas colocadas en lugares poco visibles que garantizaban la procedencia de la pieza. Algunos escultores de nombre conocido como Jean Moldes o Jean Borman el Viejo trabajaron estos retablos, pero la inmensa mayoría son anónimos. Existen varios tipos de retablo, aunque predominan los trípticos. Es importante siempre la estructura ornamental de separación de escenas, doseles, etc. Las historias agrupan un crecido y menudo conjunto de individuos que ocupan todo el espacio creando sensación de ahogo. Algunas veces se pintan y en otras se mantiene el color de la madera barnizada. También pueden ser mixtos, con laterales de pintura. La calidad media es aceptable, pero nunca se hacen con la minuciosidad de los retablos pintados. Producen un cierto efecto desde una distancia, aunque se comprueba esta falta de buen acabado vistos desde cerca. Pese a destrucciones y pérdidas aún son extremadamente numerosos.Puede alcanzar dimensiones totales considerables, como el conservado en la iglesia francesa de Fromentiéres, con tres calles, dos pisos en cada una, un bancal de tres piezas y además diez pinturas, que se hizo en los inicios del siglo XVI. Otras veces adopta la forma de tríptico con parte central de mayor desarrollo, como en el altar de San Jorge de Jean o Jan Borman el Viejo, hoy en el Museo del Cincuentenario de Bruselas, de hacia 1493. La parte central se divide en tres, mientras cada lateral lo hace en dos, lo que permite una detallada narración en siete partes. En el monasterio de San Antonio el Real de Segovia hay un grupo de pequeñas obras y un gran retablo del Calvario, muy tardío, donde el pintoresquismo característico es más evidente, al tiempo que se intenta una composición unitaria de gran complejidad y tamaño. Esta vasta producción, ni se agota, ni cambia esencialmente con el paso de siglo, adoptando con mucha lentitud aspectos parciales del renacimiento italiano, que jamás llega a asimilar por completo.